miércoles, 16 de febrero de 2011

Juan Miquel y el estudio revolucionario

Si tenemos por genios a aquellas pocas personas dotadas de una capacidad mental extraordinaria para la creación de cosas admirables, Juan Miquel González disponía con creces de una condición genial. Fue Catedrático de Derecho Romano en varias Universidades y brilló de tal manera por su inteligencia y sabiduría infinitas dentro y fuera de los dominios de su disciplina que ni siquiera los envidiosos que habitan la academia dejaron nunca de reconocérselo. La muerte le acaba de llegar en Múnich, a los setenta y cinco años, cuando seguía haciendo con idéntica delectación lo que nunca había dejado, esta vez en una más de las Universidades que le habían distinguido con el doctorado honoris causa.

Yo conocí a Juan Miquel en La Laguna, tan pronto como me incorporé a sus aulas universitarias en 1979, en las que él, godo aunque casado con la canaria y dulce Rosa, alumna de su primer curso de docencia, ya estaba desde principios de los años sesenta. Nos hicimos amigos de inmediato y pude disfrutar con intensidad de esta relación durante mi estancia en la isla, y también después, inclusive en Salamanca, aunque de forma cada vez más espaciada por la manera como la distancia distribuye a su antojo los encuentros.

La primera vez que los Miquel nos invitaron a cenar en su casa de la “profesorera” en la calle Heraclio Sánchez, Juan recibió nuestra entrada tocando él mismo al piano los grandiosos acordes iniciales del concierto número uno de Chaikovsky, mientras su ejecución se producía con exactitud de modo simultáneo a la que llevaba a cabo el intérprete grabado en el disco que sonaba a toda orquesta. Lo asombroso del asunto es que Juan Miquel no sabía música, nunca la había estudiado, pero a cambio había desarrollado una formulación matemática a partir de la cual memorizaba la partitura sin necesidad de tenerla en cuenta, lo que naturalmente no era posible.

 El día 30 de mayo de 1980, tenía lugar en un abarrotado paraninfo de la Universidad de La Laguna un recital de piano a cargo de varios solistas, organizado (según el programa que conservo) con motivo de la “despedida de curso y fin de carrera” de la promoción de Derecho del setenta y cinco. Pude asistir estupefacto a la interpretación que Juan Miquel González llevó a cabo ese día del Estudio Revolucionario de Chopin y de fragmentos de la Suite Bergamasque de Debussy. Así que, adiós, amigo, compañero, genio absoluto.

Manuel Carlos Palomeque
[Publicado en La Gaceta Regional de Salamanca, 1 de noviembre de 2008]

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